
No llegó...
Me hizo miserable el día.
No diré más.
Diario personal de un Mexicano-Nezayorkino-Politécnico-Guerrero-Barbón-Comiquero-Lovecraftiano.
La mitad de los inquilinos de Mosqueta 198 no lo vieron nunca. A la otra mitad les parecía un individuo “amable”, “correcto”, “silencioso”, “reservado”. En cambio, a Julio César Montoro, encargado de las pizzas Ricchi, contiguas al edificio donde fue descubierto el cuerpo de una descuartizada, José Luis Calva Zepeda le repugnaba. Era demasiado amable, dicharachero, efusivo: “Daba la impresión de ser hipócrita, alguien muy empeñado en que lo aceptaran”.
Al lado del edificio hay una tienda de abarrotes donde desde hace cinco meses Calva compraba leche (“nunca compró otra cosa más”, dice la encargada). Ante el edificio, un eje vial cualquiera: el mundo del “poeta y escritor” en cuyo departamento la policía halló el cuerpo mutilado de una empleada de farmacia. Calva Zepeda había ocultado el torso en el clóset; una pierna en el refrigerador. Uno de los brazos de la víctima flotaba en una olla; los huesos fueron hallados dentro de una caja de cereal.
“No quiero imaginarme lo que ocurrió allí dentro”, dice el inquilino Víctor Hugo Gutiérrez Urquidi. Pero la sombra de “lo que sucedió” flota en los pasillos oscuros de Mosqueta 198.
Ese lunes, Brenda, la adolescente del uno, salió rumbo a la prepa. En la puerta encontró a judiciales que indagaban el paradero de la empleada de farmacia Alejandra Galeana, quien desde el 5 de octubre estaba desaparecida. Encontró también a uniformados, que simultáneamente acudían al llamado de la dueña del edificio, quien se quejaba de que en el departamento 17 había “olor a muerto”.
“El olor bajaba y se metía en la cocina —recuerda Brenda—. Habíamos echado desinfectante, pero la peste no se iba”.
Las versiones se contradicen: unos dicen que Calva intentó escapar por el balcón; otros, que trató de huir por la escalera y en la calle fue arrollado. El bolero Juan Mondragón encontró un charco de sangre en Mosqueta y Guerrero. “Dicen que es de la madriza que le dieron los judiciales”.
A la noche, las 19 familias de Mosqueta tocan el terror. No quieren cerrar los ojos. “Eso es lo peor. No vimos nada, no oímos nada, y mire nomás lo que ocurrió”, dice Víctor Hugo Gutiérrez.