miércoles, octubre 01, 2008

SEPTIEMBRE.

Viernes 12 de septiembre del 2008.


El día comienza como comienzan muchos en mi vida; llegando a mi escuela a estudiar. No se absolutamente nada de mi examen de este día; Teoría de los circuitos, he decidido llegar temprano a la escuela para intentar salvar un examen prácticamente ya reprobado. Tengo nueve horas antes de que mi examen comience y una gran gama de temas por delante; problema por problema intento develar los misterios de los circuitos electrónicos, pero lamentablemente mi carencia de conocimientos es demasiada, entiendo mucho para un solo día, pero no lo suficiente. A las 14:00hrs, harto de tantas resistencias y fuentes de voltaje dejo a un lado el cuaderno y descanso un poco antes de entrar a mi primera clase del día.
A las 15:00hrs escucho al maestro de Óptica dar algunos problemas de guía para los que vendrán en el examen, se despide una hora antes de que acabe su clase, yo uso el tiempo regalado para terminar el examen del día anterior -teoría electromagnética- y entregarlo. Ahora faltan dos horas para mi examen.



Estudio mientras al otro lado de la calle se escucha lejana pero intensa una fiesta con un conjunto musical que se dedica a tocar armónicamente melodías repetidas una y otra vez en las fiestas y reuniones. A las 18:00 vuelvo a hartarme de tantas ecuaciones y métodos tan poco entendibles, pienso en mi novia, en mi familia y en el puente que se avecina; en la calidez del descanso que buena falta me hace, en los problemas que se acercan y en los sueños que a veces se sienten tan lejanos que a uno lo hacen estremecer.

De pronto dan las 19:00hrs, entra mi maestra, es hora del examen. Un examen del que no sabía nada a las 8:00, y ahora no se mucho, pero al menos ya sé de qué se trata esto, observo el examen; cada uno de sus ejercicios y formas, va a estar difícil, empiezo a resolverlo. Todos nos esforzamos por resolver cada uno de los problemas, podría decirse que dentro del salón estamos sudando frío con cada movimiento del lápiz y por cada método de malla aplicado. Afuera, al otro lado de la calle el grupo musical toca en este momento el cover estilo cumbia y en español de “LUBI-LUIBI-LUBI”, adentro a algunos nos gana la risa por el conflicto de momentos que hay dentro y fuera del salón; algunos también nos preguntamos qué demonios hacemos un viernes en la noche; justo antes del aniversario de la independencia mexicana -y el puente vacacional que esta fecha trae consigo- haciendo un examen.



Ya son las 21:00, estoy hastiado, no deseo seguir más -aparte de que ya no sé cómo seguir-. He hecho lo que tenía que hacer; lo que podía hacer. Aunque la maestra da 15 minutos más yo entrego mi examen puntual junto con mi guía.
Me retiro del salón y me siento derrotado.


De pronto la incertidumbre me llama a conocer la calificación de un examen que hice hace algunos días; álgebra lineal, una materia que debo desde hace 2 semestres. Subo los tres pisos del edificio central hasta llegar a la academia de materias básicas de ingeniería, lugar donde encuentro a mi maestro Bruno. Amablemente saca de su cajón mi examen y comienza a revisarlo. Hace de emoción el encuentro y estoy tan preocupado que prefiero ir a hablar con Iliana; mi maestra Zen. Mientras hablo con ella y la invito a una fiesta oigo detrás del cubículo la voz de Bruno que dice; “Luis Joel sacaste 10”.
En ese mismo instante mi cara cambia completamente y dejo salir un fuerte “¡¡YUJUUUU!!”, abrazo a Iliana, abrazo a Bruno. Salgo del cubículo; estoy muy feliz. Prácticamente salto y bailo de la felicidad.


Son las 21:30 subo al camión que me lleva al metro LA RAZA, mi novia me llama. Me dice que ha hecho tamales y que si quiero puedo pasar a comerme unos antes de llegar a mi casa. Le cuento la gran noticia, un diez en el infierno no se saca todos los días. Se emociona, me dice que me dará un gran regalo cuando vaya por mis tamales.
El cielo me bendice el día de hoy, en una hora estoy en Neza, justo afuera de la casa de mi novia. Me da mi regalo; un gran beso y un abrazo.

No necesito nada más; mientras platico con ella como un tamal de cada uno de los sabores que ha hecho; mole, verde y rajas. Ella me acompaña con uno de dulce, yo repito la dosis del combo tri-sabor dos veces más mientras le platico mi triunfo.
Hay un capitulo en Heroes -serie de televisión- en la que un personaje está haciendo la comida y dice; “Me gusta la comida. La gente toma y fuma cuando se sienten preocupadas o tristes. Pero creo que hay mucha gente que come cuando está feliz”; ahora lo entiendo por completo, hacia meses que no comía de esta manera.
Ella me pregunta que qué tal me ha ido con las demás materias, yo le contesto que me deje disfrutar mi diez. Dan las 11:30 de la noche, es hora de irme. De hecho ya se me ha hecho tarde. Me despido de ella, nos abrazamos como si jamás nos fuéramos a volver a ver. Le digo que la veré al día siguiente. Empiezo a caminar, ella cierra la puerta.



Camino rumbo a la avenida Pantitlán por la calle 17 de Maravillas, un lugar desolado, obscuro y tenebroso que es también la forma más rápida de llegar a mi casa. Escucho los petardos lejanos avisando la máxima fiesta nacional, observo y huelo el licor y la cerveza en las calles. Paso cerca de algunos habitantes del municipio que toman cerveza junto a su puerta y con una sonrisa en la cara juegan cartas con la puerta abierta como haciéndote participé de su extraña comunión. Solo tengo una sensación, es extraña, no me sucede muy seguido, pero ahí está. Tengo las ganas de gritar, de saltar, de bailar. ¡Tengo un 10 en álgebra lineal en UPIITA! ¡Tengo una novia maravillosa! ¡Tengo una familia excelente que me espera en casa! ¡Tengo la barriga llena! ¡Estoy caminando de noche por Neza! ¿Qué otra bendición puede pedir un hombre? ¿Qué otra cosa me puede faltar? En este momento no existe pasado ni futuro, no existe maldición alguna que me aleje de mi felicidad, no existe el dolor ni el sufrimiento. Sólo una palabra: Triunfo.
No importa lo que diga el calendario, ya es 16 de Septiembre; todos lo sabemos, todos lo celebramos.



Justo antes de llegar a la avenida observo una singular fiesta de viernes por la noche, dos casas antes de la puerta se puede oler perfectamente bien el olor a cerveza y alegría desenfrenada; es una fiesta de jóvenes de secundaria, casi podría asegurar que la mujer de mayor edad dentro de la fiesta no supera los veinte años.

El sonido de la música electrónica -que no identifico si es industrial, old wave o new wave; pero francamente, quién sí-, las niñas bailando como si no existiera un mañana y un chavo saliendo con una caguama en la mano me invitan a pasar -éste último con un: “Pásale la banda, sta’ bien chida la fiesta” -. Por un momento me siento tentado, tal vez si no fuera tan tarde lo haría, tal vez si no estuviera tan cansado, tal vez si no quisiera ver a mi familia. Para la otra, pienso y me subo a la combi que me llevará a la calle de mi casa.
Adentro del transporte pienso en lo bendecido que estoy, tal vez no sea una vida de ensueño, pero si es una vida que vale la pena vivir. Estoy consciente de ello y también muy feliz de sentirlo.
Al llegar a mi casa abrazo a cada uno de los integrantes de mi familia, les doy gracias por estar conmigo, les cuento la gran noticia. Es tarde, solo pueden esbozar una sonrisa, felicitarme y decirme que me vaya a dormir.
Ya en mi cuarto mi novia me llama por teléfono, pregunta si he llegado bien, le digo que sí. Su voz me arrulla, me consuela, me tranquiliza. Me despido de ella, le expreso cuánto la quiero, apago el celular. Me quedo dormido instantáneamente; sueño con un mar anaranjado, arena roja y estrellas silenciosas.





Ha sido un gran día, el futuro no importa, el pasado no importa; dejo que la felicidad me invada sin restricciones. Sólo queda una pregunta en el aire; ¿esta felicidad perdurará?